Bajé de la Alcazaba con el pelo teñido de
negro. Siempre he soñado hacerlo, pero nunca me atreví hasta hoy. ¿Dónde
va una rubia como tú a teñirse el pelo tan oscuro? ¿Es que te ha pasado
algo, chica? Da igual. Ya está hecho.
Bajé de la Alcazaba
por los túneles que pasan bajo el río y van a dar al Fuerte de San
Cristóbal pasando por la catedral, donde no pude subir porque había un
taquillero que me pedía un euro para entrar, amén de indicarme que el
pelo rubio me sentaba mejor.
Salí a
la superficie y me dispuse, como tantas otras veces, a dar un paseo por
mi margen derecha, ajena a los cambios que se han producido desde que
repto por los legendarios túneles que conectan toda la ciudad en el
subsuelo. Han quitado casi todos los árboles de la orilla del río. Desde
mi barrio estacionero por fin se ve la ciudad con claridad. Sólo han
dejado un par de ellos. Están justo en el sitio indicado para que no
pueda hacerme la foto con la Torre de Espantaperros y la luna llena,
conmigo en primer plano, a contraluz, divina y morena, de pelo negro
azabache mecido por la suave brisa del río.
Las
rubias son siempre más fotografiadas. Las morenas lo pasamos peor. Yo
soy una contradicción andante: Soy rubia oculta, que viene a ser como
estar de incógnito en tu propia vida. Como vivir bajo tierra,
recorriendo túneles sin salir a la superficie.
Hace
tiempo que rondan por mi cabeza un par de deseos que quiero cumplir
antes de que mi belleza juvenil sea más dudosa. La primera la he
cumplido tiñéndome radicalmente el pelo para ser morena y descubrir si
mi rubio platino es la razón fundamental de mi éxito y la segunda, algo
más complicada, es constatar cuánto hay de realidad en la antigua
leyenda de la decimocuarta pilastra del Puente de Palmas.
Para
los no instruidos o más olvidadizos, aunque sea duro que alguien como yo
os lo tenga que contar, relataré brevemente en qué consiste dicha
Leyenda:
Se cuenta que hubo un tiempo en el que en
Badajoz se reunía en torno a su río parte de la intelectualidad del
suroeste hispánico. Bien es sabido lo mal vistos que han estado, o la
desconfianza que siempre, en todas las épocas, han transmitido las
élites culturales y pensantes en sus conciudadanos. Este grupo, al que
se le llamó Los “7 del Guadiana”, sufría constantemente la presión de
sus paisanos por hacer público su pensamiento ilustrado y sus
inquietudes artísticas mal entendidas, por lo que, conocedores del
estilo arquitectónico herreriano, bajo cuyas normas se construyó el
Puente de Palmas, no quisieron pasar por alto una de las características
formales más importantes de este estilo arquitectónico: La habitación
secreta en su decimocuarta pilastra. Si alguien se aventura a investigar
en los archivos de la época, comprobará sin mucha dificultad que por
aquel entonces, todas las construcciones herrerianas disponían de una
oquedad secreta. Son innumerables los ejemplos, pero la habitación
secreta de la decimocuarta pilastra del Puente de Palmas había pasado
desapercibida hasta que la obsesión por salvar el cuello de los “7 del
Guadiana” les llevó a habitarla. A partir de entonces, dice la leyenda,
Badajoz nunca volvió a ser igual. Cientos de librepensadores de todo el
planeta viajaban en peregrinación a visitar la habitación secreta de la
decimocuarta pilastra del Puente de Palmas. Tal fue su repercusión que
se dice que en todas las Ceremonias de Entrega del Premio Nobel, la
música que se interpreta se basa en el compás de catorce violines, toda
la poesía del siglo XIX francés está escrita en versos alejandrinos
(catorce sílabas), en todos los billetes de 100 dólares la suma de su
número de serie es catorce, el asiento catorce del Orient Express nunca
se vende, no hay ningún Papa que lleve el XIV en su nombre, en los
bingos de Las Vegas los cartones no tienen número catorce y en Oxford y
la Sorbona el claustro de profesores tiene que estar compuesto siempre
por 14 profesores.
Como ya he comentado, llevo años casi sin
salir a la superficie, usando a mi antojo algo que mucha de la población
pacense cree que no es más que otra leyenda: La de los pasadizos que
desde debajo de la Catedral comunican todo Badajoz. El poder
eclesiástico siempre ha tenido todo atado y bien atado, pero al teñirme
de morena he conseguido burlar su vigilancia y hacer de esos pasadizos
que comunican toda la ciudad subterráneamente, mi ecosistema habitual.
No me gusta salir a la superficie, me sienta mal la luz primaveral y
para colmo, han talado casi todos los árboles de la margen derecha del
Guadiana.
Pero aunque se pueda pensar lo contrario,
estos pasadizos no conectan con la pilastra catorce del Puente Palmas.
Evidentemente, los “7 del Guadiana”, tuvieron en cuenta eso a la hora de
hacer de dicho espacio oculto su refugio. He de encontrar el acceso
secreto.
Moverse bajo tierra, o guiada por Leyendas sin
contrastar, hace que tus movimientos sean más oscuros y lentos,
difíciles de acometer. Pero son infinitamente más excitantes que pasear
por las calles con un mapa sin más. Tengo que dejarme llevar por mi
instinto de exrubia de pelo negro, y ese instinto me pide flores. Y si
hay algún sitio donde una flor pueda ser importante, amén de los
cementerios, es en el Fuerte de San Cristóbal.
Se
dice que en el interior del Fuerte crece una flor de gran belleza que
sólo florece en Japón, en las zonas que devastó la bomba atómica. Esta
flor crece en el lugar donde está enterrada una preciosa rubia (otra
vez) de rasgos asiáticos que tuvo enamorada a toda la ciudad en tiempos
pasados. Se comenta que si se corta esa flor, siempre vuelve a salir y
que sólo ahí y en Japón vive. Llamadme excéntrica, pero no me gusta
profanar tumbas aunque creo que ahí pueden estar muchas de las
respuestas a mi búsqueda. Aprovecho las excavadoras que hay por allí,
según dicen para construir el Parador de Turismo, quizás otra leyenda
pacense más, y busco en las raíces de las preciosas flores una respuesta
a mis desazones. No encuentro nada, sólo tierra yerma y mi colección de
cromos de la Liga 83-84 a la que sólo le faltaba Arconada para estar
completa. Aterrada y confusa abro el álbum y compruebo con pavor que el
cromo de Arconada sigue faltando. Hay leyendas que no cambian por mucho
que una se tiña el pelo y pasen los años. ¿Qué querría decir aquello?
¿Dónde debería seguir buscando? ¿Qué había sido de la chica rubia de
rasgos asiáticos? ¿Por qué estaba empeñando mi vida en buscar algo que
quizás no hubiera existido nunca?
Bajo a refrescarme la cara y lavarme un poco a
la orilla del río. Quizás con la cara lavada y frente a las pilastras
encontrara la paz que me acerque más a las respuestas. Los “7 del
Guadiana” merecían mi esfuerzo y yo, como buena exrubia teñida de negro,
no les podía fallar. Me pregunto si la pilastra número catorce sería
accesible bajo el agua, pero no tengo fuerzas para comenzar un viaje
subacuático. Recuerdo otras leyendas que me pueden dar respuestas, como
la de la Dama Blanca del Guadiana, de la que decían que su intención era
ahogar a cuantos se acercaban o caían al rio. Poseedora de una especial
belleza que atraía y cautivaba con sus cantos de sirena, se contaba que
aparecía las noches de luna llena y se hacía visible con el reflejo de
la luz blanca en el río. Bella y vestida de blanco, de larga cabellera
dorada, surgía del agua al lado de los que intentaban cruzar el río a
nado o estaban a punto de ahogarse, para llevarlos a las profundidades
con ella. ¿A las profundidades? ¿A la entrada de la decimocuarta
pilastra? ¿A la habitación secreta del Puente de Palmas?
Esta
noche, como siempre que me tiño el pelo de negro, hay luna llena. No
podía ser de otra forma. ¿Me atrevería a meterme en el río llegada la
noche esperando la llegada de la Dama Blanca? ¿Funcionaría?
Dejo
pasar el tiempo mirando en la distancia los botellones de la margen
izquierda. Desde allí no me miran a mí. Es posible que no tenga interés
para aquellos adolescentes y jóvenes que se divierten ajenos a la
cantidad de Leyendas que hay en la ciudad donde disfrutan sin mirar el
futuro, sin mirar el pasado. Cae la noche y miro el reflejo de la luna
llena en el Guadiana. Es hermoso. Miro mi reflejo y me descubro rubia:
He vuelto a equivocarme de tinte o simplemente una rubia nunca podrá ser
una morena de verdad y sólo las noches de luna llena se sabe la verdad.
Voy vestida con un camisón blanco y estoy preciosa y no me había dado
cuenta. Empiezo a sentir miedo. Empiezo a sentir que la bella rubia de
rasgos asiáticos que tuvo enamorada a toda la ciudad en tiempos pasados y
que estaba enterrada en el Fuerte de San Cristóbal, bajo flores que
sólo crecen ahí y en Japón puede que sea yo, no quiera admitirlo y por
eso me tiña el pelo de negro. Creo que soy la misma persona que en las
noches de luna llena emerge de las profundidades del Guadiana para
llevar conmigo a todo el que se sumerja en el río. Me convenzo de que
los túneles que unen toda la ciudad por el subsuelo saliendo de la
Catedral están ahí abajo. Estoy segura de que teñirme para intentar deja
de ser rubia ha sido un error. Me sumerjo en las aguas bajo el reflejo
de la luna llena…
Días después leo en los diarios que un socavón
ha intentado comerse un camión de gran tonelaje a la salida del Puente
de la Universidad. Ese camión estaba cargado con miles de libros de
filosofía, cromos de Arconada de la colección de la Liga 83-84, estudios
sobre Arquitectura Herreriana y tintes de pelo. Hay quien piensa que no
ha sido casual. Hay quien dice que no merece la pena preguntarse porqué
la tierra se ha abierto ahí y se ha querido tragar al camión. Hay quien
piensa que las rubias siempre deben seguir siendo rubias.
También
hay quien asegura que si haces sonar al revés los “Tangos Extremeños”
del LP “Grabaciones Discos Pizarra 1945-1950” del Porrina de Badajoz,
escucharás un mensaje que dará sentido a todo lo que has vivido y te
dará las claves para entender todo lo que te queda por vivir…
Yo, por si acaso, no pienso hacerlo. Me basta
con teñirme el pelo de cuando en cuando. Pero esto, amigos, ya es otra
historia…
negro. Siempre he soñado hacerlo, pero nunca me atreví hasta hoy. ¿Dónde
va una rubia como tú a teñirse el pelo tan oscuro? ¿Es que te ha pasado
algo, chica? Da igual. Ya está hecho.
Bajé de la Alcazaba
por los túneles que pasan bajo el río y van a dar al Fuerte de San
Cristóbal pasando por la catedral, donde no pude subir porque había un
taquillero que me pedía un euro para entrar, amén de indicarme que el
pelo rubio me sentaba mejor.
Salí a
la superficie y me dispuse, como tantas otras veces, a dar un paseo por
mi margen derecha, ajena a los cambios que se han producido desde que
repto por los legendarios túneles que conectan toda la ciudad en el
subsuelo. Han quitado casi todos los árboles de la orilla del río. Desde
mi barrio estacionero por fin se ve la ciudad con claridad. Sólo han
dejado un par de ellos. Están justo en el sitio indicado para que no
pueda hacerme la foto con la Torre de Espantaperros y la luna llena,
conmigo en primer plano, a contraluz, divina y morena, de pelo negro
azabache mecido por la suave brisa del río.
Las
rubias son siempre más fotografiadas. Las morenas lo pasamos peor. Yo
soy una contradicción andante: Soy rubia oculta, que viene a ser como
estar de incógnito en tu propia vida. Como vivir bajo tierra,
recorriendo túneles sin salir a la superficie.
Hace
tiempo que rondan por mi cabeza un par de deseos que quiero cumplir
antes de que mi belleza juvenil sea más dudosa. La primera la he
cumplido tiñéndome radicalmente el pelo para ser morena y descubrir si
mi rubio platino es la razón fundamental de mi éxito y la segunda, algo
más complicada, es constatar cuánto hay de realidad en la antigua
leyenda de la decimocuarta pilastra del Puente de Palmas.
Para
los no instruidos o más olvidadizos, aunque sea duro que alguien como yo
os lo tenga que contar, relataré brevemente en qué consiste dicha
Leyenda:
Se cuenta que hubo un tiempo en el que en
Badajoz se reunía en torno a su río parte de la intelectualidad del
suroeste hispánico. Bien es sabido lo mal vistos que han estado, o la
desconfianza que siempre, en todas las épocas, han transmitido las
élites culturales y pensantes en sus conciudadanos. Este grupo, al que
se le llamó Los “7 del Guadiana”, sufría constantemente la presión de
sus paisanos por hacer público su pensamiento ilustrado y sus
inquietudes artísticas mal entendidas, por lo que, conocedores del
estilo arquitectónico herreriano, bajo cuyas normas se construyó el
Puente de Palmas, no quisieron pasar por alto una de las características
formales más importantes de este estilo arquitectónico: La habitación
secreta en su decimocuarta pilastra. Si alguien se aventura a investigar
en los archivos de la época, comprobará sin mucha dificultad que por
aquel entonces, todas las construcciones herrerianas disponían de una
oquedad secreta. Son innumerables los ejemplos, pero la habitación
secreta de la decimocuarta pilastra del Puente de Palmas había pasado
desapercibida hasta que la obsesión por salvar el cuello de los “7 del
Guadiana” les llevó a habitarla. A partir de entonces, dice la leyenda,
Badajoz nunca volvió a ser igual. Cientos de librepensadores de todo el
planeta viajaban en peregrinación a visitar la habitación secreta de la
decimocuarta pilastra del Puente de Palmas. Tal fue su repercusión que
se dice que en todas las Ceremonias de Entrega del Premio Nobel, la
música que se interpreta se basa en el compás de catorce violines, toda
la poesía del siglo XIX francés está escrita en versos alejandrinos
(catorce sílabas), en todos los billetes de 100 dólares la suma de su
número de serie es catorce, el asiento catorce del Orient Express nunca
se vende, no hay ningún Papa que lleve el XIV en su nombre, en los
bingos de Las Vegas los cartones no tienen número catorce y en Oxford y
la Sorbona el claustro de profesores tiene que estar compuesto siempre
por 14 profesores.
Como ya he comentado, llevo años casi sin
salir a la superficie, usando a mi antojo algo que mucha de la población
pacense cree que no es más que otra leyenda: La de los pasadizos que
desde debajo de la Catedral comunican todo Badajoz. El poder
eclesiástico siempre ha tenido todo atado y bien atado, pero al teñirme
de morena he conseguido burlar su vigilancia y hacer de esos pasadizos
que comunican toda la ciudad subterráneamente, mi ecosistema habitual.
No me gusta salir a la superficie, me sienta mal la luz primaveral y
para colmo, han talado casi todos los árboles de la margen derecha del
Guadiana.
Pero aunque se pueda pensar lo contrario,
estos pasadizos no conectan con la pilastra catorce del Puente Palmas.
Evidentemente, los “7 del Guadiana”, tuvieron en cuenta eso a la hora de
hacer de dicho espacio oculto su refugio. He de encontrar el acceso
secreto.
Moverse bajo tierra, o guiada por Leyendas sin
contrastar, hace que tus movimientos sean más oscuros y lentos,
difíciles de acometer. Pero son infinitamente más excitantes que pasear
por las calles con un mapa sin más. Tengo que dejarme llevar por mi
instinto de exrubia de pelo negro, y ese instinto me pide flores. Y si
hay algún sitio donde una flor pueda ser importante, amén de los
cementerios, es en el Fuerte de San Cristóbal.
Se
dice que en el interior del Fuerte crece una flor de gran belleza que
sólo florece en Japón, en las zonas que devastó la bomba atómica. Esta
flor crece en el lugar donde está enterrada una preciosa rubia (otra
vez) de rasgos asiáticos que tuvo enamorada a toda la ciudad en tiempos
pasados. Se comenta que si se corta esa flor, siempre vuelve a salir y
que sólo ahí y en Japón vive. Llamadme excéntrica, pero no me gusta
profanar tumbas aunque creo que ahí pueden estar muchas de las
respuestas a mi búsqueda. Aprovecho las excavadoras que hay por allí,
según dicen para construir el Parador de Turismo, quizás otra leyenda
pacense más, y busco en las raíces de las preciosas flores una respuesta
a mis desazones. No encuentro nada, sólo tierra yerma y mi colección de
cromos de la Liga 83-84 a la que sólo le faltaba Arconada para estar
completa. Aterrada y confusa abro el álbum y compruebo con pavor que el
cromo de Arconada sigue faltando. Hay leyendas que no cambian por mucho
que una se tiña el pelo y pasen los años. ¿Qué querría decir aquello?
¿Dónde debería seguir buscando? ¿Qué había sido de la chica rubia de
rasgos asiáticos? ¿Por qué estaba empeñando mi vida en buscar algo que
quizás no hubiera existido nunca?
Bajo a refrescarme la cara y lavarme un poco a
la orilla del río. Quizás con la cara lavada y frente a las pilastras
encontrara la paz que me acerque más a las respuestas. Los “7 del
Guadiana” merecían mi esfuerzo y yo, como buena exrubia teñida de negro,
no les podía fallar. Me pregunto si la pilastra número catorce sería
accesible bajo el agua, pero no tengo fuerzas para comenzar un viaje
subacuático. Recuerdo otras leyendas que me pueden dar respuestas, como
la de la Dama Blanca del Guadiana, de la que decían que su intención era
ahogar a cuantos se acercaban o caían al rio. Poseedora de una especial
belleza que atraía y cautivaba con sus cantos de sirena, se contaba que
aparecía las noches de luna llena y se hacía visible con el reflejo de
la luz blanca en el río. Bella y vestida de blanco, de larga cabellera
dorada, surgía del agua al lado de los que intentaban cruzar el río a
nado o estaban a punto de ahogarse, para llevarlos a las profundidades
con ella. ¿A las profundidades? ¿A la entrada de la decimocuarta
pilastra? ¿A la habitación secreta del Puente de Palmas?
Esta
noche, como siempre que me tiño el pelo de negro, hay luna llena. No
podía ser de otra forma. ¿Me atrevería a meterme en el río llegada la
noche esperando la llegada de la Dama Blanca? ¿Funcionaría?
Dejo
pasar el tiempo mirando en la distancia los botellones de la margen
izquierda. Desde allí no me miran a mí. Es posible que no tenga interés
para aquellos adolescentes y jóvenes que se divierten ajenos a la
cantidad de Leyendas que hay en la ciudad donde disfrutan sin mirar el
futuro, sin mirar el pasado. Cae la noche y miro el reflejo de la luna
llena en el Guadiana. Es hermoso. Miro mi reflejo y me descubro rubia:
He vuelto a equivocarme de tinte o simplemente una rubia nunca podrá ser
una morena de verdad y sólo las noches de luna llena se sabe la verdad.
Voy vestida con un camisón blanco y estoy preciosa y no me había dado
cuenta. Empiezo a sentir miedo. Empiezo a sentir que la bella rubia de
rasgos asiáticos que tuvo enamorada a toda la ciudad en tiempos pasados y
que estaba enterrada en el Fuerte de San Cristóbal, bajo flores que
sólo crecen ahí y en Japón puede que sea yo, no quiera admitirlo y por
eso me tiña el pelo de negro. Creo que soy la misma persona que en las
noches de luna llena emerge de las profundidades del Guadiana para
llevar conmigo a todo el que se sumerja en el río. Me convenzo de que
los túneles que unen toda la ciudad por el subsuelo saliendo de la
Catedral están ahí abajo. Estoy segura de que teñirme para intentar deja
de ser rubia ha sido un error. Me sumerjo en las aguas bajo el reflejo
de la luna llena…
Días después leo en los diarios que un socavón
ha intentado comerse un camión de gran tonelaje a la salida del Puente
de la Universidad. Ese camión estaba cargado con miles de libros de
filosofía, cromos de Arconada de la colección de la Liga 83-84, estudios
sobre Arquitectura Herreriana y tintes de pelo. Hay quien piensa que no
ha sido casual. Hay quien dice que no merece la pena preguntarse porqué
la tierra se ha abierto ahí y se ha querido tragar al camión. Hay quien
piensa que las rubias siempre deben seguir siendo rubias.
También
hay quien asegura que si haces sonar al revés los “Tangos Extremeños”
del LP “Grabaciones Discos Pizarra 1945-1950” del Porrina de Badajoz,
escucharás un mensaje que dará sentido a todo lo que has vivido y te
dará las claves para entender todo lo que te queda por vivir…
Yo, por si acaso, no pienso hacerlo. Me basta
con teñirme el pelo de cuando en cuando. Pero esto, amigos, ya es otra
historia…